segunda-feira, 26 de julho de 2010

Comentários para “Uma prova das relações perigosas do PT com as FARC”

Comentários para “Uma prova das relações perigosas do PT com as FARC”

Fonte: http://www.blogalvarodias.com/2010/07/7263/comment-page-1/#comment-18948

Carta das FARC ao Foro de SP disse:
25 de julho de 2010 às 22:23
16 de Enero de 2007
Saludo Mesa directiva del Foro de Sao Paulo
Compañeros
Mesa directiva del Foro de Sao Paulo.
San Salvador, El Salvador.

Compañeros y compañeras delegados y delegadas al XIII Foro, reciban nuestro cariñoso y bolivariano saludo, muchos éxitos en sus deliberaciones.
Al no podernos hacer presentes en tan importante evento entregamos a ustedes este documento con nuestros puntos de vista, y agradecemos de antemano el tenerlo en cuenta en las deliberaciones.
Queridos compañeros.
En 1990 ya se veía venir abajo el campo socialista, todas sus estructuras flaqueaban como castillo de naipes, los enemigos del socialismo festejaban a más no poder, se acuñaron teorías como la del fin de la historia, muchos revolucionarios en el mundo observaban atónitos y sin conocer lo que había fallado para que ocurriera semejante catástrofe.
La utopía se esfumaba, la desesperanza se apodero de muchísimos dirigentes que habían dedicado toda su vida a la lucha por conquistar un mundo mejor, idealizándolo con el modelo de socialismo desarrollado de la Unión Soviética. Al derrumbarse ese modelo, para muchos se acabó la motivación de lucha y sólo quedamos unos pocos soñadores que nos mantuvimos y nos seguimos manteniendo en la teoría, en la política y en la realidad de nuevas expresiones de socialismo, lo que ha potenciado la decisión de lucha y ha acelerado el crecimiento y fortalecimiento de ese contingente de soñadores que ve en esa lucha por un mundo mejor, algo realmente posible.
En Asia: China, Vietnam y Corea del Norte, ondeaban sus banderas socialistas sin darle cabida al derrotismo y sin escuchar los cantos de sirena para que abandonaran el sistema que se le oponía al capitalismo.
En América: Cuba quedó sola, navegando en la crisis más profunda que le haya tocado vivir a país alguno, con su comercio que alcanzo niveles de caída que no pocos creyeron imposible de revertir dado el brusco cambio en las fuetes y condiciones de su comercio exterior. El imperialismo creyó equivocadamente que había llegado el momento de acabar con el socialismo en América, aumento su agresión con el bloqueo económico, comercial y financiero, sin importarle la vida de millones de niños y ancianos que sufrirían las consecuencias de tan demencial maniobra.
Es en ese preciso momento que el PT lanza la formidable propuesta de crear el Foro de Sao Paulo, trinchera donde nos pudiéramos encontrar los revolucionarios de diferentes tendencias, de diferentes manifestaciones de lucha y de partidos en el gobierno, concretamente el caso cubano. Esa iniciativa, que encontró rápida acogida, fue una tabla de salvación y una esperanza de que todo no estaba perdido. Cuanta razón había, han trascurrido 16 años y el panorama político es hoy totalmente diferente. El otrora imperialismo arrogante y prepotente esta sumido en una profunda crisis que nadie sabe cuando ni como terminará. Las brutales e ilegitimas agresiones contra los pueblos de Afganistán, Irak y Líbano han recibido respuestas inesperadas y cada día sumen en el desconcierto al gobierno norteamericano y sus aliados, que han tenido que cargar con el peso político y social que significan miles de muertos y heridos, así como de una previsible derrota. Duras realidades como el déficit fiscal, el déficit en la balanza comercial, la caída de los halcones: Ruffell, Boltón y Negroponte y la creciente actitud critica del pueblo norteamericano, agudiza aún más la crisis de quienes soñaron y aún sueñan con el poder mundial, creyendo muertas y enterradas las fuerzas que se les pudiesen oponer.
En América Latina, no hacemos más que reseñar, pues todos conocemos los procesos: Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Uruguay y Argentina, en total ocho países, se orientan por el desarrollo de modelos de gobierno y de sistemas diferentes al tradicional impuesto por el imperialismo yanqui. Los pueblos han optado por el cambio, nada los ha detenido, la amenaza, el chantaje, la compra de votos, los fraudes millonarios, no han sido suficientes para hacer cambiar la opinión de millones que han buscado y siguen buscando una nueva alternativa.
Es en el marco de este escenario político que se ha desarrollado y se sigue desarrollando el Foro de Sao Paulo. De un partido en el gobierno que inicialmente hacía parte del Foro, el Partido Comunista Cubano, hoy son ocho las fuerzas gobernantes que, además de ser fuerzas en el gobierno, fueron fundadoras de éste importante movimiento. Así las cosas, cualquiera pensaría que el haber avanzado en luchados y esperados objetivos, haría del Foro de Sao Paulo un impulsador de la integración de América Latina, en un ariete de las luchas sociales, en un ente solidario con la lucha de los pueblos, en una fuerza capaz de buscar y proponer soluciones políticas a conflictos internos que se presentan como consecuencia de la inequidad, la injusticia y la antidemocracia.
Pero no es así, hay quienes piensan que el haber llegado al gobierno los separa del Foro. Según tal y muy respetable forma de pensar, una cosa es ser oposición y otra ser gobierno, en razón a tener que desarrollar, en algunos casos, políticas que el Foro no comparte, como la política neoliberal. Piensan que la nueva condición los inhibe de participar y quieren un Foro menos dinámico, que no se haga sentir, que no sea propositivo, que no sea luchador por objetivos que fueron y siguen siendo validos. Ante tal situación, otros piensan que se debe acabar el Foro, que lo mejor es darle entierro de tercera y crear un nuevo movimiento.
En las FARC creemos que no son correctas las dos apreciaciones anteriores y, por el contrario, pensamos que los partidos que se encuentran en el Foro y que hacen parte de los gobiernos, tienen el espacio, el justo derecho y la necesidad de plantear en sus países el fortalecimiento del movimiento tal como fue creado: sin exclusiones, sin imposiciones y sin dogmatismos. Creemos así mismo que se debe buscar el que, esta organización sea más funcional, sea un ente catalizador de las opiniones de los pueblos que siempre están adelante de sus gobernantes, porque son los que sienten como se está ejerciendo el gobierno, si es justo, si es pulcro, si es humano, si ha cumplido con lo que le ha prometido. Tenerle miedo a la crítica que pueda hacer una organización como el Foro de Sao Paulo, es negar su misma esencia como gobierno democrático, amplio y pluralista.
Pensar en crear otra organización echando por la borda 16 años de experiencias, de credibilidad, es despilfarrar la oportunidad de convertir el Foro en un ente coordinar de diferentes partidos, movimientos y organizaciones políticas que respetando las diferencias nos ratificamos en la lucha contra el imperialismo, el neoliberalismo, la solidaridad y la integración de América Latina.
Hacemos un reconocimiento a los compañeros del Grupo de Trabajo por la iniciativa de ayudar en la solución política al conflicto social, político y armado que vive Colombia desde hace 60 años, la declaración de Bogotá es sin duda un documento muy importante que, con el derecho que nos asiste, pedimos sea difundido entre los asistentes al Foro.
En Colombia hay una intervención directa del Imperialismo Yanqui, en la actualidad hay 1.400 oficiales del ejército estadounidense, dirigiendo las operaciones del Plan Colombia, el Plan Patriota y el Plan Victoria. Los Estados Unidos, están instigando y financiando la guerra con el pretexto del narcotráfico y para ello diariamente se están gastando 17.5 millones de dólares para perseguir y liquidar a los luchadores sociales, revolucionarios y bolivarianos. Las fumigaciones están acabando con la flora y la fauna de la amazonía, son miles de toneladas de Glifosato y Paraqua, igual que los experimentos con el Fusariun Oxiporun. Que destruye la mata de coca pero igual acaba toda la flora que haya en el lugar, como son las cuencas hidrográficas, sus cepas se embarcan causándole inmensa pérdida al sistema ecológico.
Creemos oportuno manifestar nuestra inquietud y desagrado por la posición de algunos compañeros que, en forma y bajo responsabilidad personal, públicamente dicen que las FARC no pueden participar en el Foro, por ser una organización alzada en armas. La lucha armada no se ha creado por decreto y tampoco se acaba por decisión similar, es la expresión de un pueblo que ha sufrido la devastación de su población en más de un millón de personas que en estos 60 años han sido asesinadas, es la expresión de los miles de militantes que fueron asesinados del Partido Comunista y de la Unión Patriótica, es la expresión de miles de sindicalistas que han sido asesinados en estos últimos años. A los compañeros que piensan que no podemos participar, fraternalmente los invitamos a que nos acompañen, no en el accionar militar al que las circunstancias nos han obligado, pues sabemos que no la comparten y respetamos sus puntos de vista, los invitamos a participar de la búsqueda de la solución política y para ello los hacemos partícipes de la Plataforma para un gobierno de Reconstrucción y Reconciliación Nacional, aprobada por nuestra 8ª Conferencia realizada en 1993. Con esta Plataforma de 12 Puntos hemos invitado reiteradamente a todos los sectores sociales, económicos y políticos de nuestro país, para que nos sentemos y entre todos construyamos la Nueva Colombia. Al Foro, en su conjunto, lo invitamos a que prosiga en sus importantes pronunciamientos y accionar por la solución política al conflicto social y armado en Colombia, paso importante para alcanzar la paz con justicia social por la que ha luchado y seguirá luchando nuestro pueblo, a la vez que paso necesario para impedir que este conflicto pueda ser utilizado para que el imperialismo intente acciones desestabilizadoras en la región.
Seguimos invitando a todos los partidos políticos, organizaciones sociales, de estudiantes, obreros, intelectuales, campesinos, indígenas y a todo el que este en contra de la injusticia, a buscar una solución política. Invitamos a que nos acompañen en la lucha por el Intercambio Humanitario, con lo que estaremos abriendo las puertas para que centenares de colombianos y colombianas regresen a sus hogares a compartir con sus seres queridos.

Comisión Internacional
Fuerzas Armada Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, FARC-EP
Montañas de Colombia, enero 7 de 2007”.

Postagens no blog

beht volky disse:
25 de julho de 2010 às 22:49
entendeu senador alvaro, porque eu “azucrinava” tanto o sr com este assunto das farc ????
acho que o sr deve ter uns 100 e-mails meus c/ este assunto..
lembra-se no dia que o sr fez um discurso, numa 6ª fª e tocou neste assunto..lembra-se como canalha do sen joão pedro veio correndo,resfolegando,aparteá-lo para sugerir que o sr não deveria falar neste assunto !!! ahahahahha
eu estudo isto..+ ou – 5 anos, inclusive saí do Pt por causa disto..
viu como a coisa é seria ???
este governo é ilegítimo.. a premissa é o crime..
tds eles deveriam estar na cadeia !!!
o alkimin perdeu a eleição passada por silenciar sobre este tema..
tomara q.o serra insista nisto !!!
• Zé do Coco disse:
26 de julho de 2010 às 8:30
Beth, estou achando que o Serra é um bunda-mole, porque NESTE EXATO INSTANTE ele deveria estar explorando o assunto das FARCs e do comprometimento do MST com essa guerrilha. Todo o arcabouço do governo do Lula está fundado nesse envolvimento com guerrilha, narcotráfico, sem-terra (na realidade sem vergonha, porque nenhum dos militantes sem-terra entendem coisa alguma de agricultura) – enfim, o governo Lula em peso é uma bandidagem só.
• Lis-Bsb disse:
26 de julho de 2010 às 9:08
Beht, o Josias da Folha já disse que “a campanha do Serra não irá explorar o tema da ligação das FARC com o PT pq quem se preocupa com esse problema já é eleitor do Serra, etc.” Isso, então, quer dizer que o Serra está tranquilo com o nosso voto e não precisa fazer nada para mantê-lo. Reconheço que nao tenho escolha é ele ou a terrorista mas, e o cidadão decente e desiformado, que jamais aceitaria votar em uma guerrilheira, suspeita de roubar cofres? O eleitor mal informado que não sabe o que acontece em Cuba, Venezuela,Irã, etc. e que jamais sonhou em perder o direito de escolha em sua vida, nem que seja trabalhar como feirante mas dono de seu negócio, a ser um funcionário do estado com salário determinado, que mal dá para o essencial. Entendo que nós, elitores devemos nos unir e formar grupos em cada cidade e criar outdoors com fotos da Dilma e sua ligação com atos terrorista e as FARC e perguntar: É isso que voce quer para o Brasil
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• Tânia Costa Ramil disse:
25 de julho de 2010 às 23:06
Vamos salvar esse Documento. Não duvido nada que apaguem tbm, do Site das Farc.
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Pedro Ernesto disse:
25 de julho de 2010 às 23:09
Um documento que deve calar os petralhas
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Mario disse:
25 de julho de 2010 às 23:28
FARC + PT + NARCOTRÁFICO = TUDO A VER!!!!!
A imprensa, que é toda petralha, deve estar feliz da vida pois tem se ocupado o tempo todo (e todas as páginas) com o sumiço da vigarista Eliza Samudio… com o assassinato de Mércia Nakashima… para sorte da petralhada, se esses assassinatos começaram a esfriar, agora é a morte de Rafael Guimarães, filho de Cissa Gumarães que serve para abafar a parceria PT + FARC.

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Prof. Juvenal disse:
25 de julho de 2010 às 23:30
Se ptista nega até a existência de Deus, imagina negar
suas ligações umbilicais com as farcs.
• Mario disse:
25 de julho de 2010 às 23:40
Prof. Juvenal,
Nenhum petralha nega a parceria com os narcotraficantes. São proibidos por força de uma deliberação do Foro de São Paulo. O apoio mútuo é total, irrestrito e incondicional. Portanto, repare: tentam desqualificar e até criminalizar o acusador.

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Mario disse:
25 de julho de 2010 às 23:36
O site oficial dos narcotraficantes é http://www.farcep.org. “Estranhamente” foi tirado do ar no dia seguinte (ou um pouco antes) ao da denúncia de Indio da Costa.
FRANCISCO SP disse:
25 de julho de 2010 às 23:53
Se nem as Cpis das Ongs podres, da Petrobras, do MST a cambada deixou investigar e nem ir pra frente e, nem os 40 do mensalão foram presos, e somados o demais poderes dominados e a dita imprensa vendida, e nem punições severas do STE, sera que diante dessa comprovação pode acontecer alguma coisa?????
Zé do Coco disse:
26 de julho de 2010 às 5:28
Não considero estranho que tenham tirado do ar o site das FARCs. O que estranho mesmo é que até recentemente nenhum partido politico no Brasil tocava no assunto da união umbilical dos partidos de esquerda brasileiros (NÃO É SÓ O PT NÃO).
NEM MESMO O DEM tocava no assunto. E isso apesar de pessoas virem alertando sobre o assunto. Inclusive eu postei comentários em vários blogs e sites, sem que qualquer dos partidos levassem a sério.
Pois agora, em sinal de que se redimiram do erro, os partidos têm o DEVER MORAL de instaurar uma CPI sobre o assunto. Os partidos que se omitirem estarão automaticamente comprometidos com o PT no apoio às FARCs, MST, ONGs frias (inclusive aquele denominado Movimento Viva Rio, que foi a favor do desarmamento da população brasileira, deixando o povo à mercê dos bandidos), o PT – notório aliado de tudo que não presta neste País e outros aliados da camarilha petista.
JOÃO LUSTOSA disse:
26 de julho de 2010 às 8:07
Esta no You Tube: A Dama de Vermelho:
http://www.youtube.com/watch?v=vM8pTUGwwAc
Assista e tire suas conclusões.
lucia disse:
26 de julho de 2010 às 9:57
Eu digo o seguinte, quem vota em Lula, Dilma, PT, merece ser assaltado pelo bandido que quer comprar cocaina, merece morrer fumando crack, ou ter na familia um filho ou filha viciado em crack,merece nos casos de inundacao,catastrofe, perderem tudo e receber só migalhas, porque o Lula e o PT estao mais preocupados com o Evo, Chaves, e os Haiti do mundo, e prestar ajuda internacional com o seu dinheiro contribuinte,para poder ter um carguinho na ONU, passando por cima dos brasileiros. Merecem o SuS, merecem ficar em filas, merecem as invasoes, merecem viajarem por estradas esburacas,merecem amanha ver os soldados cubanos, os chefes generais cubanos invadindo seu país e mandando arrogante mente em voce cidadao, como Chaves faz na Venezuela,.e esse é o plano do PT,seguir o amigo bolivariano,merecem a corrupcao, merecem ouvir mentiras deles,.,.merecem viverem na pocilga.
Nao tenho pena, nao.
Luiz Gonzaga disse:
26 de julho de 2010 às 9:58
Sempre disse aos filhos e amigos que a coisa mais burra que se pode fazer é MENTIR E FRAUDAR. São ferramentas de bandidos e marginais. As pessoas de bem acabam se afastando de quem pratica esses hábitos. A CREDIBILIDADE é um passaporte para a convivência saudável e insere o individuo na sociedade.
Talvez, por essa razão, o PT e sua quadrilha venham se autodestruindo e se associando a outros malfeitores já bem conhecidos. O seu destino é o de se manterem como quadrilhas, formarem guerilhas e associarem-se aos narcoterrorristas. Um destino pouco promissor para quem fala em CIDADANIA.

quinta-feira, 15 de abril de 2010

Discurso civilizado e idéia de reconstrução

Todos os fenômenos que ocorrem sobre a face da Terra poderiam ser classificados, com simplicidade, em dois grandes grupos:

1. Os que se relacionam com o comportamento humano.

2. Os que não se relacionam com o comportamento humano (fenômenos da natureza).

O comportamento humano é moldado segundo a cultura dos povos. Desse ponto de vista podemos classificá-lo em mais dois grupos:

1. O comportamento dos povos civilizados.

2. O comportamento dos povos primitivos.

Sabe-se que, atualmente, existem reduzidas populações do que se convencionou chamar de "povos primitivos" (sociedade humanas naturais) e que o planeta foi ocupado, em quase sua totalidade, pelo que se conhece como "culturas civilizadas".

Na realidade não existe uma autêntica cultura civilizada. O conceito de cultura, embora amplo, poderia ser traduzido como o resultado total de conhecimentos, crenças, artes, moral, leis, costumes e quaisquer outras aptidões e hábitos adquiridos pelos homens, como membros de uma sociedade ou grupo. Na verdade um "modelo cultural" relativamente estável deve seguir regras harmoniosas na sua evolução, para ser reconhecido e respeitado pelos membros desse modelo. Essas características próprias de cada modelo ancoram-se no que se costuma chamar de "tradição do modelo cultural". A síntese de um modelo cultural está representada por suas "características de tradição". Esse conjunto de características exerce forte influência sobre os membros pertencentes a cada modelo cultural e se reflete na base informativa e formativa do comportamento individual. Sendo assim, cada indivíduo é levado a se comportar segundo as características (sentimentos, princípios e valores) do modelo ao qual se encontra ligado. Como cada indivíduo possui seu próprio mundo psíquico, esse psiquismo está sujeito às normas, variações e organizações (ou desorganizações) do modelo cultural em que se situa e com o qual interage.

Foi a partir de 1972 que, seguindo essa linha de pensamento, iniciamos uma observação mais minuciosas do comportamento humano, através dos conceitos de Comportamento Ativo e Comportamento Reativo, ambos relacionados ao meio sócio-familiar-cultural, onde se situam os indivíduos. Percebemos que as pessoas agem e reagem frente a situações do meio ambiente externo (família, sociedade, cultura) e interno (psiquismo individual). Que as formas de agir ou reagir, são tentativas de readaptar-se ou protestar; que geralmente estão ligadas a sobrevivência física e emocional; que o intercâmbio entre esses meios é a única e singular forma de existência e convivência individual com o social. A vida de cada um de nós, circula entre esses dois pontos em busca de equilíbrio. A base que sustenta a nossa atuação no teatro da Vida é a Biosfera (meio ecológico), onde várias outras formas de vida e de meio físico também existem para garantir nossa existência.

A proposta do conceito de Comportamento Ativo serve apenas para representar a conduta humana harmoniosa e equilibrada que permite a convivência construtiva e ativa entre indivíduos e, destes, com o meio social e ecológico. O Comportamento Reativo, nos seus diferentes graus de intensidade, representam a conduta humana reativa, isto é, inadaptada, insatisfeita e não-equilibrada em relação ao meio interno (psiquismo), ao externo (família, sociedade, cultura) e a base que os sustentam (meio ecológico).

O comportamento humano não deve ser considerado só do ponto de vista estático, ou seja, com base apenas nos fenômenos intrapsíquicos, genéticos, enfim, de natureza estritamente individual.

A idéia de tentar conceber um mundo perfeito, absoluto, acabado e centrado no individual é a própria negação da evolução vital; é negar a convivência das pessoas a partir de suas próprias diferenças individuais. É a loucura do isolamento e da solidão, que não é desejada por ninguém. Um homem não vive só, uma família não existe só. Ninguém suporta ficar só, por que a vida é gerada de duas pessoas e se espraia inevitavelmente nos grupos sociais, com seus modelos próprios.

Por que as pessoas, muitas vezes, se sentem solitárias dentro de suas famílias e no meio da multidão? Estar rodeado de outros indivíduos e sentir-se solitário não seria um fenômeno relacionado ao mundo interno (psiquismo) e ao mundo externo (família, sociedade, cultura)? Como lidar com esse aparente paradoxo?

O homem civilizado aprendeu a ser classificatório e individualista. Aprendeu a rotular e separar seus rótulos em diferentes gavetas; e essas gavetas precisam permanecer isoladas. Desaprendeu as lições da vida em comum e aprendeu a organizar seu psiquismo através de processos intelectuais com base na razão. Sua emoção, solidariedade e intuição foram engavetadas numa outra estante do inconsciente e pouco valorizadas, por não possuírem utilidade prática e imediata no mundo civilizado.

Agora é possível compreender por que foram criados os diagnósticos psiquiátricos, os remédios e as instituições, projetadas para guardar e prender a loucura humana e isolá-la do mundo produtivo. O homem atual não consegue conviver com suas fraquezas e erros, próprios da sua natureza. Ele tenta projetar-se de forma megalômana, numa imagem de perfeição narcisista, auto-suficiente, sapiente e onipotente. Ele tenta negar sua natural animalidade e pequenez diante de si próprio e de outras formas de vida existente na Terra. Ele se esforça para esquecer que, um dia, há pouco tempo atrás, pertenceu a uma sociedade que atualmente chama de primitiva. O homem moderno empresta ao termo "primitivo" uma conotação pejorativa e inferior, mas não consegue organizar-se e construir um modelo cultural equilibrado e sem problemas, que já possuiu, quando ainda era um "ser" naturalmente primitivo.

Quando conversamos com pessoas fisicamente saudáveis, com razoável formação intelectual, boas condições materiais, e que se queixam de solidão dentro de suas famílias e na sociedade, podemos pensar: Será que essa pessoa está sentindo saudade de alguma coisa importante para ela? Depois de ter adquirido e acumulado todas as materialidades necessárias à sua existência, o que ela deseja obter mais, para não se sentir tão solitária?

Enquanto não possuirmos provas concretas em contrário, podemos continuar acreditando que a aquisição de bens materiais, prestígio e poder não são suficientes para aplacar os sonhos, desejos e ânsias do espírito humano. Talvez seja melhor acreditar que a existência de um "modelo cultural" relativamente estável e equilibrado seja uma necessidade básica, fundamental para a convivência em "estado de riqueza", onde competição e ganância possam estar substituídas pelo amor e pela crença na solidariedade dos grupos e das sociedades humanas. Não acreditar nisso é descobrir - o que atualmente vemos - o segredo da existência da miséria, da fome e da loucura entre nós, os civilizados. O grande objetivo, a síntese e o foco que iluminam o sentido da Vida reside na forma pela qual os homens se organizam e organizam seus sentimentos, princípios e valores, para viverem e conviverem e grupos.

A "perda cultural" significa para o homem civilizado o que a "despersonalização" significa para o esquizofrênico - a desorganização e o estado de confusão. O esquizofrênico não é o um "doente mental", uma pessoa que nasceu com "defeito de fábrica"; ele apenas expressa, com seu comportamento, uma denúncia pessoal, um protesto contra a desorganização do modelo cultural e familiar, no qual não mais deseja conviver sem reagir. Ele apenas corta contato provisoriamente com o grupo familiar e social que provocou a desestruturação da sua personalidade. Seu "comportamento reativo" cobra da sociedade e da família mudanças adequadas à sua reinserção na vida sóciofamiliar. Ele é o ponto sensível, a linha que se rompe primeiro para mostrar o caos da convivência.

As fobias são comportamentos reativos simbólicos, que se projetam para o exterior e deslocam seu verdadeiro significado, identificando em insetos, objetos e situações, causas que possam justificar os medos e temores pessoais. Estão sempre camuflando as verdadeiras crises reativas do psiquismo. Essas reações podem estar denunciando, através desses códigos simbólicos, as insatisfações, o medo e a insegurança pela própria vida. que seus portadores experimentam. Não ouvimos falar de fobias entre as sociedades naturais. Seus medos são claros e organizados ritualmente. São identificados nos fenômenos naturais, situações reais de perigo e abstrações de caráter religioso, perfeitamente compreensíveis. Não vemos, entre eles, moléstias nervosas ou mentais. Não é freqüente possuírem homicidas, suicidas, prostitutas, drogados, assaltantes e mendigos. Eles sabem, por intuição, que um modelo cultural bem organizado pode evitar tudo isso.

O Comportamento Ativo é sinônimo de: sintonia, adequação e integração estável entre indivíduo e grupo social. A ação individual se comporta dentro do modelo para colaborar com seu equilíbrio e aprende a conviver bem com ele. O oposto disso resultaria no Comportamento Reativo As alterações do psiquismo e, por conseqüência, do comportamento humano, se movimentam dinamicamente na direção dos desvios e das anomalias do meio circundante, onde os indivíduos nascem, crescem, convivem aprendendo, e morrem.

Compreendemos bem o porquê das tentativas e das buscas incessantes do homem civilizado para manter o Estado e suas instituições em equilíbrio. O dilema do civilizado está encravado no "desejo de parasitar" o modelo em que vive sem matá-lo completamente. Enfraquecendo-o apenas. Seu desejo de depender do Estado e dos outros indivíduos, para deles retirar vantagens, o aprisiona na condição de parasita e o faz perder sua autonomia e dignidade. Essa angústia reside no fato de perceber que ninguém vive sem modelo grupal. Ninguém vive só.

Produzir sempre muitas leis, muitas religiões, muitas tecnologias e muitos códigos morais dá para desconfiar. Alguma coisa não vai bem conosco. É preciso repensar nosso modelo e nossas regras de convivência. Ninguém deve se orgulhar de pertencer a essa "civilização", mas deve preocupar-se com seu futuro, pois, nela, vivemos e convivemos com nossa família, amigos, conhecidos e desconhecidos. Não devemos reagir contra ela. Devemos agir, colaborando sempre, para uma mudança na base qualitativa do convívio humano. Todos amam a Vida, pois é nela que circula o maravilhoso fenômeno da relação social.

Por causa da "perda cultural", situação complexa sobre a qual o homem moderno não tem acesso e tampouco parece interessar-se, ousamos, certa vez, pensar. Talvez uma idéia inovadora, talvez uma utopia. Sonhando, fomos construindo o mito da integração de um novo mundo. Um mundo onde se conseguisse compor e juntar as partes boas e sábias dos povos primitivos e as partes boas e sábias do mundo civilizado. Daí poderia surgir a base de um "novo modelo cultural" que permitisse resgatar os desvios provocados pelo processo civilizatório e emprestar novas ferramentas para a convivência pacífica entre indivíduos.

É possível falar da idéia - mas não dos projetos - para essa reconstrução, pois eles ainda circulam nas cabeças cheias de esperanças de muitos homens, sem soluções definitivas. Sonho do presente ou realidade do futuro? Não sabemos. Mas podemos acreditar em coisas, como: a evolução cíclica do universo e a capacidade criadora do homem. Pensando bem, estamos a tão pouco tempo na Terra, que acabamos não tendo certeza em que fase do desenvolvimento nos encontramos. Se for preciso recomeçar tudo de novo, aqui estamos para oferecer voluntariamente nossa ajuda nesse mutirão.

A Civilização não pode continuar esmagando o homem. O Estado Moderno, com suas instituições, não pode manter a cidadania humana amordaçada e transformada em simples figura de contribuinte passivo. Não somos peças mecânicas de u'a máquina produtora de bens materiais e nem consumidores dependentes de seus bens. Temos consciência e bom-senso para retomar nossa identidade e reter o poder, que cabe a cada cidadão, de decidir qual o melhor caminho para o futuro.

A instituição familiar não deve reprimir o comportamento reativo dos seus membros, mas refletir sobre suas verdadeiras causas. Deve aprender a lidar com a loucura, absorve-la e compreendê-la, para conseguir libertar sua voz. A família é uma instituição natural e indestrutível. Precisa juntar-se em grupos maiores e organizados, para exigir o poder e o respeito que merece e a que tem direito.

Nenhum Estado Moderno resgatará para o indivíduo os direitos da cidadania e da liberdade individual, porque o seu papel essencial é o de restringi-los. O Estado os deseja, os controla e sempre seu oporá a essa devolução. Os homens que representam o Estado Nacional, na sua maioria, nunca desejarão transferir o poder, para não perderem seus privilégios. Nenhuma ideologia política deverá ser seguida porque seus discípulos, sempre as utilizam como forma de controle do poder político centralizado. Nenhuma ideologia política, econômica ou religiosa contém dentro de si a essência da liberdade, pois, a liberdade não é feita de palavras ou de idéias, ela existe dentro de cada cidadão que queira falar, pensar e agir livremente. Todas as ideologias e formas de governos experimentadas até hoje pelo homem civilizado não conseguiram mudar o panorama do mundo atual.

Haverá de chegar o dia em que assistiremos à morte do Estado Moderno. A partir desse dia se iniciará um processo de reconstrução social, onde cada cidadão se tornará responsável, com direitos e deveres, para conviver em um novo modelo cultural. Veremos então o desaparecimento gradual das desigualdades, da violência, da fome, da solidão e da loucura. Quando esse dia chegar seria bom que ainda vivêssemos para assistir, de pé, o início dessa nova era para a humanidade.

Profecia, ruínas e missão cumprida

O residente já estava cinco anos mais velho e tinha trabalhado em diferentes lugares, quando resolveu voltar à sua cidade e visitar o hospital. Sentia-se como aqueles pacientes que, de vez em quando, vinham visitar o quarto dos residentes. Já era casado e possuía um carro próprio.

Parou em frente ao hospital e viu um enorme vazio. Ele já não existia mais. Havia sido demolido há algum tempo. Apenas pedaços de tijolos e restos de alicerce, sobraram naquele lugar deserto. Parecia mais um cemitério abandonado. Ali estava sepultada, para sempre, a sua memória de estudante.

Lembrou do filósofo Péricles e da sua profecia escrita no quadro pendurado na parede do quarto. Poderia muito bem servir de epitáfio para aquele monte de túmulos destruídos. O sentimento de perda ainda existia, mas já era menor do que o de alegria. Havíamos realizado nossa última missão. Aquela destruição representava o nosso sonho de vitória. E os "loucos" onde estariam agora?

A saída do hospital

Era o último ano de hospital. O sexto ano da faculdade era muito corrido. Os estágios, nas diversas clínicas, nos deixavam mais fora que dentro do hospital e do quarto dos residentes. Muitas vezes éramos apenas informados da evolução dos casos nos grupos de acompanhamento pelos outros colegas e de forma resumida.

No ano anterior havíamos feito, durante as férias de julho, um estágio intensivo de trinta dias, numa clínica do Rio Grande do Sul. Estávamos pensando em voltar após a conclusão do curso médico e ficar mais três anos nessa clínica para fazer uma residência complementar. Havia a possibilidade de conseguir uma bolsa de estudos para ir a Holanda fazer um curso de pós-graduação em psicoterapia.

De vez em quando parávamos em frente ao quadro pendurado na parede e líamos o texto de Péricles, o filósofo. Ele estava certo. Aquele e outros hospitais psiquiátricos teriam que acabar um dia. Estávamos no ano de 1970. Não era possível que os hospícios ainda fossem durar tanto.

Já no final do mês de outubro sentíamos coisas estranhas por dentro. Uma espécie de saudade antecipada do hospital, misturada com idéias novas, projetos ousados e a sensação de caminhar para formatura e se transformar em médico. Que metamorfose maluca era aquela, de um simples estudante virar médico do dia para noite?

O discurso oficial da nossa equipe era o de humanizar o hospital, organizá-lo para facilitar a ajuda e a aprendizagem, para depois destruí-lo como instituição segregadora de loucos. Já tínhamos percebido que o mito da loucura era um artifício falso. Não havia loucos naquele hospital, havia pessoas pobres, destituídas de poder, de cidadania e de família. Pessoas que reagiam desesperadamente para readquirir os seus direitos normais; de se considerarem e de serem considerados iguais a todo mundo.

Havia uma expropriação de poder. Os internados cediam seus poderes individuais para todos nós, em troca do nosso "direito" de considerá-los pacientes. Suas sanidades, embora existissem dentro de cada um, deveriam ser escondidas por nós, por detrás dos diagnósticos, dos remédios e dos eletrochoques. Suas sensações de desproteção e de abandono abalavam suas certezas de homens e mulheres livres. Nós éramos os loucos visionários que, através de nossa cegueira intelectual, transferíamos nossa doença mental para eles. Sem eles não conseguiríamos ter certeza sobre a nossa sabedoria, o nosso prestígio e o nosso poder. Tínhamos necessidade de "matéria-prima" suficiente para a manutenção do poder da cura, estatuto sem qual não pode existir psiquiatras, remédios e hospícios.

Como poderíamos estar sentindo saudades de um hospital que, nós mesmos, queríamos destruir; será que estávamos ficando loucos? Não sei se poderíamos estar ou não em crise. Às vezes tínhamos a impressão que, após a formatura, iríamos entrar para a ala masculina e ganhar a condição de pacientes com o direito à "tratamento adequado".

Nestes tempos de crise interna, um dos residentes teve um sonho: Eram dois hospitais que, ligados entre si, possuíam um só portal de entrada e saída ao mesmo tempo. Os que saíssem de um, ingressariam fatalmente no outro. Um era cheio de pobres, de médicos, de remédios, de estudantes e de enfermarias. O outro não tinha nada disso. Por ser maior, nele se viam carros, avenidas, hotéis, restaurantes e pessoas bonitas e poderosas. Eram loucos disfarçados de pessoas normais. Disputavam entre si seus poderes e riquezas. Viviam correndo de um lado para outro e não podiam perder tempo algum. Seus delírios de riqueza, prestígio e poder os deixavam tão ocupados e, porisso, nunca conseguiam parar nas esquinas das suas consciências para descansar seus espíritos. Eram loucos varridos estes do outro hospital! Nós também corríamos um grande risco. Deveríamos passar para o outro lado do portão e solicitar internação do lado de lá.

No exato momento em que ia transpondo aquele portão único, o residente acordou assustado e percebeu que estava deitado em sua cama. Ficou pensando no sonho e concluiu que não existem loucos, existem sim muitos mitos que mantém a idéia alucinada de civilização. Uma alucinação coletiva dos que, para se sentirem menos ameaçados, tiveram que delirar para criarem as idéias de segregação, desigualdade e doença mental. Nós também poderíamos estar delirando ao desejar passar mais três anos em outra clínica e viajar para o exterior em busca de mais doenças mentais. Só maluco pode trocar sua sanidade por sentimentos e desejos tão mórbidos.

Levantou e abriu o guarda-roupa. Tirou de lá todos os documentos e papéis que garantiam seu ingresso na clínica em Porto Alegre e a viagem para a Holanda e os foi rasgando um por um. Já não poderia se arrepender depois, se o seu delírio de viajar retornasse a sua cabeça. Uma semana antes ele havia conversado com um velho e experiente professor da faculdade. Ele era o catedrático da cadeira de clínica médica. Um homem sensato, ótimo profissional e excelente cidadão. Havia feito estágios no exterior e era simples no vestir, no falar e bastante atencioso com todos. Havia falado que no sexto ano era comum os estudantes apresentarem a "Síndrome do Delírio Profissional". Sonhavam alto, muito alto. Desejavam tornar-se, num passe de mágica, ilustres e famosos profissionais reconhecidos nacional e internacionalmente; mas que isso iria passando com o tempo, santo remédio para os grandes sonhos. Falou que quando alguém sai da universidade, encontra-se completamente preparado para começar a aprender.

A conclusão do curso universitário não é outra coisa senão um novo exame vestibular e permite ao recém-formado a oportunidade de estudar e aprender cada vez mais. A ilusão do "grande doutor" é mais um "trote" que os veteranos só descobrem depois da festa da formatura. Depois, curados do orgulho e da embriaguez da posse do diploma, descobrem que aquilo é um simples pedaço de papel, um contrato que obriga, o novo e famoso operário, a procurar humilde mente o seu primeiro emprego.

Falou que todo recém-formado deveria submeter-se a um longo trabalho prático no interior para poder consolidar os conhecimentos adquiridos na universidade. Disse que, enquanto os estudantes alimentam grandes projetos, uma legião de pobres, na Amazônia e no resto do país, padece das endemias mais corriqueiras como: malária, tuberculose, verminoses, lepra e das doenças da fome e da desnutrição. Todo recém-formado, antes de alçar seu grande vôo, deveria pagar seu tributo aqui mesmo, na terra onde nasceu, pelo privilégio de ter podido estudar e se formar em uma universidade federal gratuita. Porque contraiu uma dívida para com os pobres do país, aqueles que foram sua "matéria-prima" e os provedores do seu conhecimento. Não se deve investir em sonhos, é preciso que se ande com os pés grudados a terra nos primeiros anos da vida profissional - finalizou.

O residente voltou para o hospital, naquele dia, com a cabeça completamente desorganizada. Sonhos, certezas, realidades e dúvidas estavam todas misturadas e circulavam velozes como camisetas e bermudas no interior de uma máquina de lavar roupas. Depois que sonhou e rasgou os papéis dos estágios a cabeça melhorou. Já era novembro e dentro de poucos dias o mês iria acabar. Havia decidido não sair da Amazônia. Trabalharia por lá mesmo e pagaria sua dívida até que suas asas crescessem mais; ele ainda era um filhote, com poucas penas nas asas, tinha que aprender muito.

Os vários estágios do hospital-escola estavam no final e o clima da turma do sexto ano era de preparativos para o dia da colação de grau. No hospital Juliano Moreira o quarto dos residentes, os corredores e as enfermarias continuavam no ritmo de sempre. Ele deveria retirar seus pertences do guarda-roupa e ceder sua cama para o próximo ocupante. Era assim que tinha que ser. Na verdade eram três vagas que iriam abrir naquele ano. Ele e mais dois colegas do sexto ano, residentes do hospital iriam sair e provocariam com isso uma verdadeira renovação na população do quarto. Apenas dois colegas do quinto ano iriam ficar para orientar os novos candidatos a residente.

Chegou o mês de dezembro. Era um mês que prometia grandes emoções. A proximidade da conclusão do curso, a saída do hospital e o clima do Natal próximo estavam entrelaçados com a idéia de conseguir o primeiro emprego. Era como interromper bruscamente a adolescência e se tornar adulto, sem trocar a calça "jeans". Era como receber alta do hospital sem estar completamente curado, sentindo as pernas fracas e a cabeça tonta. Ele, que tinha visto tanto paciente deixar o hospital, se sentia agora como se pertencesse ao grupo da "abandonoterapia", sem diagnóstico e sem remédio algum.

Na última semana de hospital relembrou muito dos pacientes que ficaram gravados na sua memória. O homem dos sacos, o filósofo, o homem-árvore e de tantos outros que, na verdade, se constituíam em pedaços dele mesmo, fragmentos da vida e da insanidade de um residente interno. Muitas das solidões que acompanhou e ajudou a atenuar, estavam agora somadas dentro de si. Sentia-se muito só e não havia equipe para lhe socorrer na sua solidão. Ele era como o homem dos sacos que, agarrado aos seus sonhos, teria que abandonar sua família, catar papéis e documentos para se sentir seguro e perambular pela vida. Era um homem-árvore que, plantado dentro de si mesmo, não queria caminhar. Teria que fazer como Péricles: abrir a página de classificados e descobrir uma oportunidade qualquer. Estava perdido no presente, agarrado ao passado e com medo do futuro.

Chovia muito naquela manhã de dezembro. Era quinta-feira, dia da festa de fim de ano no hospital. Naquele dia haveria uma confraternização entre funcionários e pacientes do hospital. Haveria também a despedida dos estudantes que encerravam o período de residência. A sala de reuniões estava cheia de gente. Seus olhos, molhados de emoção, viam funcionários, colegas, médicos e pacientes, todos embaçados. Abraços, cumprimentos, despedidas e brincadeiras não foram suficientes para distrair a sua saudade. Foram três anos morando e vivendo ali. Ele não queria mais desinternar-se. Andou, pela última vez, por todas as dependências do hospital. Aqui e ali recebia e dava braços e cumprimentos, desejando feliz Natal e Ano Próspero para os que encontrava pelo caminho. Agora era um médico. A sensação que experimentava naquela última caminhada era diferente; como se pudesse ser, ao mesmo tempo, um médico, um paciente e um residente-plantonista estrangeiro, que caminhava pelos corredores e enfermarias, tendo a impressão que já conhecia tudo aquilo antes. Ele mesmo teria que cuidar da sua doença e do seu último plantão.

A festa terminou, os cumprimentos e despedidas se esgotaram e ele sentia suas pernas descendo, lentamente e a contragosto, a escadaria na frente do hospital. Pela janela do carro seu coração apertado olhava com tristeza a fachada do prédio hospitalar, enquanto o motorista do táxi, impaciente, perguntava pela terceira vez: "Para onde, doutor?". Apenas sinalizou com o dedo apontado para frente, porque, como o Pedro, não podia mais falar naquele momento. Se pudesse, teria dito: "Para a Vida, companheiro!".

A namorada do residente

Um dos colegas do quarto tinha uma linda namorada. Uma loura insinuante e esbelta. Visitava o hospital com freqüência nos sábados e ficava horas conversando conosco. Era simpática, mas um pouco ingênua e orgulhosa de sua beleza. Sentia um ciúme doentio pelo nosso colega residente. Às vezes, em voz baixa, perguntava se alguma garota vinha conversar com ele no hospital. Sempre negávamos: "Jamais! Ele é muito dedicado ao trabalho. Ele te adora!".

Resolvemos um dia fazer uma sacanagem com o colega. Havia um grupo de pacientes jovens na ala feminina que estava sob tratamento pelo uso de drogas. Tinham um comportamento espalhafatoso e viviam paquerando os residentes. Mandavam bilhetes amorosos e eróticos, convites para transas sexuais regadas à maconha e anfetaminas; era o que mais se encontrava nas cartas e bilhetes endereçados ao quarto. Guardamos os bilhetes e uma carta que tinha sido enviada para o residente que namorava a garota loura. Pegamos um jaleco branco, pintamos os lábios com batom, carimbamos o jaleco com vários beijos e o guardamos.

Quando a princesa chegou naquele sábado, o seu namorado era o plantonista do dia. De vez em quando era chamado para atender lá dentro. Aproveitando sua ausência, colocamos nosso plano em ação. Tudo já havia sido previamente combinado. Ficamos bastante reticentes e estranhamente calados com ela. Depois de algum tempo ela, que conhecia nosso jeito alegre e comunicativo, falou: "O que está acontecendo com vocês hoje, estão tão calados”.Olhava perplexa e interrogativa para cada um de nós com seus bonitos olhos azuis.

Um colega falou: "Será que devemos contar o que aconteceu?". Olhava para nós, esperando a nossa reação. Todos, de cabeça baixa, olhavam para o chão com um misterioso ar de embaraço e dúvida. O clima estava ficando pesado quando ouvimos um barulho na porta. Ela foi aberta calmamente pelo namorado plantonista que, com um sorriso no rosto, aproximou-se da princesa e demorou-se num prolongado beijo. Em seguida pediu licença e dirigiu-se ao banheiro. Pedimos, entre sussurros, que ela não demonstrasse nada na frente dele; quando ele saísse iríamos continuar a conversa.

O colega voltou do banheiro, sentou-se na cama, ao lado da namorada, abraçou-a e ficou passando a mão carinhosamente nos seus cabelos enquanto conversava e nos dizia que teria de voltar novamente à enfermaria. Havia um paciente passando mal e ele acabara de prescrever um soro com antibióticos, o prognóstico não era dos melhores. Notou a frieza da namorada e, dirigindo-lhe um olhar carinhoso, falou: "Você está bem?". Ela só balançou a cabeça e esboçou um sorriso artificial. Ele levantou-se, deu outro beijo nos cabelos da loura e falou que iria demorar um pouco e depois voltaria.

A porta voltou a fechar-se e nós voltamos à carga. Tudo dava certo. Ouvimos os passos do colega desaparecendo no corredor. Ela interrompeu o silêncio cheia de curiosidade e falou: "E daí...?"; o residente que havia falado por último continuou: "Eu não sei se a gente deveria estar te falando sobre isso, mas o teu namorado precisa de ajuda. Parece não estar batendo bem da bola".

Falamos que ele não aceitava nossas ponderações sobre seus casos com as garotas da ala feminina. Do seu envolvimento íntimo com elas. Era um grupo de jovens desmioladas e, embora muito atraentes, apresentavam precedentes criminais graves. Mostramos os bilhetes e a carta. Apresentamos como prova o jaleco todo sujo de batom e arrematamos, dizendo que ele passava a maior parte do tempo na ala feminina. Poderia haver risco de gravidez, expulsão do hospital, comprometimento da sua futura vida profissional e complicações com os familiares das jovens pacientes.

A nossa beldade estava com rosto pálido e olhos arregalados, lendo a carta e os bilhetes. Suas mãos tremiam e as primeiras lágrimas começaram a cair. Apertou os olhos e ficou muda por alguns instantes e, logo em seguida, explodiu num choro convulsivo. O seu corpo desabou na cama como o de um animal abatido por um tiro. Afundou o rosto num travesseiro que estava próximo e que abafava suas lágrimas e sua voz.

Ficamos olhando, uns para os outros, e chegamos à mesma conclusão: a brincadeira tinha ido longe demais. Mas era assim mesmo. Nossas sacanagens eram proporcionais à loucura de cada um de nós e do hospital. Estávamos habituados a fortes emoções, grandes gargalhados e trágicos acontecimentos, que se misturavam no nosso dia-a-dia. Com movimentos de cabeça decidimos levar em frente a gozação. Deixamo-la desabafar um pouco e a confortamos com palavras de apoio, para que ela se recuperasse mais rápido. Estávamos preocupados com a volta do colega ou com a entrada de alguma visita no quarto.

Já quase refeita do choque inicial começamos a falar para ela não se preocupar, porque também estávamos fazendo tudo para ajudá-lo e tínhamos certeza que ele acabaria compreendendo e que aquela fase passaria. Era uma questão de tempo. Só temíamos que ele se contagiasse com alguma doença venérea grave. Talvez sífilis, gonorréia ou cancro. Pedimos a Deus que o protegesse com doenças mais leves como: micose ou "chato". Falava-se sério.

Fomos interrompidos por um grunhido profundo e súbito: "Cachorro! Vou matá-lo!". Era um brado guerreiro, cheio de ódio, que saía pelos olhos, pela boca e pelos poros da pele. A doce princesa havia se transformado numa guerreira feroz, numa amazona que clamava por uma lança e um cavalo, para estraçalhar o inimigo. Esmigalhar sua cabeça a machadadas e humilhá-lo sob as patas do seu cavalo. Arrancar-lhe o coração. Levantou-se de repente e queria ir até a enfermaria onde ele estava. Poderia estar com uma das garotas, naquele momento.

Acalmamos a jovem guerreira. Falamos bastante. Perguntamos se ela gostava dele; que essa não era a melhor forma de ajudá-lo, etc, etc. Não adiantava, ela estava possuída pelo capeta, gritava e esmurrava o ar. Pegou repentinamente sua bolsa e, num gesto violento, levantou-se e falou: "Eu vou embora! Digam para aquele cretino nunca mais aparecer na minha frente!". Saiu resfolegando, bateu violentamente a porta do quarto e sumiu.

Ficamos ouvindo, silenciosos, o som dos seus sapatos altos que, como cascos de um cavalo, pisoteavam com força o chão de cerâmica do corredor. Um colega correu para a porta e ainda a viu descer a escada de entrada do hospital. Quando ele retornou ao quarto, explodindo em gargalhadas, apertamos nossas mãos em conjunto e demos do nosso grito de guerra. "Urra! Urra!". Tínhamos cumprido mais uma missão. Rimos bastante e, logo depois, chegou o nosso plantonista. Estava cansado e preocupado com seu paciente. Logo notou a ausência da namorada.

Nosso colega baixinho, com seu cinismo natural, explicou que ele havia demorado muito, mas que ela deixara um recado. Deveria ligar para ela, logo mais à noite e não poderia esquecer, pois ela tinha novidades para contar. O plantonista assentiu com a cabeça, mas estava com o rosto triste e o olhar vago. Sua preocupação estava com seu paciente na enfermaria.

O relógio do quarto bateu as seis badaladas do fim da tarde. Impulsionados por nossos sentimentos de culpa, vestimos nossos roupas e fomos, em junta médica, ver o paciente do colega. Cercamos a cama do enfermo, avaliamos o caso em conjunto e encorajamos o colega. Estava tudo certo. Ele iria melhorar e ficaria curado. Era uma questão de tempo. O plantonista ficou mais aliviado e conversou animadamente conosco. Mais tarde ele ligou para a namorada. Entrou no quarto e comentou que ela não quis atender ao telefone. Não estava entendendo aquela atitude, ela não era uma pessoa temperamental.

A nossa brincadeira não durou uma semana. O plantonista descobriu a sacanagem e explicou para a namorada como era a nossa vida naquele pequeno, mas animado quarto de hospital. No sábado seguinte ela voltou. Estávamos todos conversando preguiçosamente sobre as camas. O plantonista também. Ela entrou com um grande pacote nas mãos, era uma caixa onde havia um bonito e gostoso bolo de chocolate. O nosso plantonista estava trocando de idade naquele dia. Seu doente já estava andando normalmente e ele estava satisfeito com a sua recuperação.

A guerreira loura colocou a caixa em cima de uma cama, tirou o cinto da sua delgada cintura e saiu correndo atrás dos residentes. Todos pulavam de uma cama para outra, tentando livrar-se do ataque inesperado. Quase pisaram em cima do bolo. Conseguiu acertar várias chicotadas que, quando acertava nas costas, doía bastante. Ofegante, recolocou o cinto e falou: "Vocês são uns filhos da puta!". Xingou bastante. Daí a alguns minutos estávamos todos cantando os parabéns para o plantonista, bebendo refrigerantes e cervejas e saboreando o delicioso bolo de chocolate.

A experiência com drogas

Naquela época a droga da moda era a maconha. Estava presente em todos os lugares e percorria todas as classes sociais. Na universidade, na rua, nas boates, enfim, em quase toda parte era consumida com razoável freqüência. No hospital ela transitava sob o olhar moralista dos conservadores e com aquele gostinho de proibição tão tentador, que despertava maior interesse nos jovens.

Apenas um, entre os cinco residentes, usava eventualmente a droga nos fins-de-semana e, quase sempre, fora do hospital. Entre os pacientes havia cerca de trinta pessoas, cujo principal motivo da internação estava relacionado com o uso excessivo e habitual da maconha. O contato com eles se tornava bastante difícil pelo fato de usarem uma linguagem própria, uma gíria específica e grupal, um verdadeiro código secreto, particular aos entendidos em drogas.

Sendo jovens, nos sentíamos um pouco "caretas" e "por fora" desse mundo e dessa terminologia, que expressava estados mentais esquisitos, provocados pela ação da droga. Resolvemos um dia experimentá-la e organizamos uma série de sessões para observar como cada um agiria sob os efeitos da maconha. Decidimos que seriam escolhidos os domingos como os dias de testes, já que era raro recebermos visita nesse dia. Como éramos cinco, decidimos que o plantonista do dia ficaria observando e anotando a reação dos que estivessem experimentando a droga. Fizemos o rodízio e após cinco domingos todos fizeram uso da droga.

Era curiosa a forma pela qual a maconha atuava sobre o comportamento de cada um de nós: a fome desenfreada, os risos sem motivo aparente, o gestual e estranho e os neologismos utilizados, eram algumas das reações observadas. A maconha liberava, dos porões e do sótão do psiquismo, os conteúdos mais estranhos e desconhecidos da consciência e, através dos comportamentos, os deixava visivelmente a mostra.

Era interessante ver o residente, normalmente sóbrio e sério, só de cuecas e com o estetoscópio no ouvido, enfiar sua extremidade num canudo de cartolina e aproximá-lo do alto-falante da caixa de som para, assim, aproveitar melhor as deliciosas notas musicais. Ele dizia que via as notas musicais pairando no ar e podia pegá-las; elas tinham um intenso colorido e bailavam animadamente dentro do ritmo. Só os que estavam sob ação da droga conseguiram "ver" essas coisas e ainda sentir outras sensações diferentes.

Outro colega viu um "garfo fugindo" e saiu correndo atrás dele, morrendo de rir. Um outro viu sua cama transformada em um barco e, com duas vassouras, punha-se a remar desesperadamente para vencer a "correnteza". Pedia a ajuda de todos, pois se encontrava em grande perigo. Suava muito e só parou de remar quando chegou em "terra firme". A fome despertada pela maconha era tão forte que os quatro residentes, antes tão solidários e educados, brigavam agora por um pedaço de pão, como se fossem quatro crianças pequenas. Devoraram tudo o que havia na cozinha.

Outro residente, que há poucos dias tinha brigado com a namorada, agora chorava, cantava e fazia versos de amor para sua amada; olhava seu rosto e a beijava sem parar. Quando soltava o travesseiro, este estava úmido e todo babado de tanto amor.

Era assim no quarto dos residentes, tudo era possível. Não era à-toa que estávamos internados num hospital psiquiátrico. Só faltava um pequeno estímulo, como a maconha, para que nossas loucuras se mostrassem ao mundo. Os outros loucos estavam nas alas, e nós, concentrados naquele quarto, vivenciávamos nossas loucuras estimulados pela droga.

O residente-observador, sóbrio, anotava as reações e ria bastante; não compreendia nada, mas mantinha a porta do quarto bem trancada e a chave no bolso. Seria o nosso fim se alguém fugisse do quarto e saísse, desse jeito, pelo hospital. Provavelmente seria levado para a ala masculina e contido por algum enfermeiro dedicado e atento. Ficaria entre os seus colegas loucos e se tornaria um paciente durante algumas horas, até que o efeito da droga passasse. Poderia também ser expulso do hospital, pelo que constava no Regulamento Disciplinar Interno.

Talvez o maior efeito que essa experiência nos proporcionou foi a obtenção de um maior respeito e compreensão em relação aos dependentes de drogas do hospital. Essa experiência não mais foi repetida e cada um que cuidasse de si em relação às drogas e as alterações do comportamento que ela proporciona.

O orador

Para nós era comum entrar na ala masculina e encontrar uma figura barulhenta, vestida com um paletó surrado e um fiapo de gravatas pendurado no pescoço. Gritava em altos brados e deitava uma falação interminável de cima de um caixote de madeira. Era Raul, discípulo de Péricles, um brilhante orador e destemido político. Raul era um contestador, vibrante e agressivo orador que queria mudar o mundo. Sua tribuna era um velho caixote de cerveja ainda bastante forte para manter no alto os seus longos e inflamados discursos.

Havia sempre uma meia dúzia de pacientes dispostos a escutá-lo. Ficava horas discursando e não parava enquanto houvesse, pelo menos, um espectador a lhe prestar atenção. Quando todos se retiravam ele encerrava a oratória, sempre com a expressão: "Deus salve o Brasil!". Guardava o caixote embaixo de uma escada do pátio onde ninguém mexia. Não suportava interrupções durante sua fala e quando alguém insistia, ficava nervoso e gritava: "Não dou apartes! Não dou apartes!".

Os únicos detalhes que destoavam um pouco no seu traje de grande político e orador emérito, estavam nas suas calças. Eram muito apertadas, acabavam um palmo acima dos tornozelos e não possuíam botões na braguilha. Algumas vezes, quando gesticulava muito, ou fazia movimentos bruscos, tinha que se recompor para evitar risadas da platéia. Mesmo assim não pedia o fio da idéia e prosseguia imperturbável. Em certos momentos o caixote balançava perigosamente, porém nunca foi visto despencar da sua tribuna.

Não gostava de críticas ou sugestões de quem quer que fosse. Apenas Péricles, o filósofo, tinha influência sobre ele, escrevia seus discursos e o aconselhava sobre temas importantes e técnicas de impostação da voz. Tinha melhorado muito a sua oratória desde que se dispôs a receber conselhos e supervisão do seu professor e amigo. Seus temas eram muito variados. Podia falar sobre política, economia, música, animais domésticos, pássaros e borboletas. Quando falava sobre Política ou sobre as Forças Armadas, o tom da sua voz se tornava mais forte e agressivo e o seu pescoço avermelhava e se enchia de grossas veias.

Alguns pacientes o avisaram, talvez para inflamar mais seu ânimo, que ele poderia ser preso a qualquer momento por causa do teor subversivo das suas idéias. Deveria falar baixo para não ser ouvido por algum militar ou policial que por ventura passasse nas imediações do hospital. Estávamos no ano de 1968, em plena vigência da ditadura militar, mas, mesmo assim, o Raul, baluarte da democracia, não baixava a sua voz. Mesmo que fosse preso e torturado - dizia - levaria sua tribuna para dentro da prisão e, de lá, continuaria a sua luta pela liberdade do povo e pela salvação do Brasil!

O Raul sofria de uma gagueira perturbadora. Evitava falar fora dos discursos porque, freqüentemente, era alvo da zombaria dos outros pacientes. Não conseguia falar uma palavra sem se engasgar com a segunda. Senti muita vergonha e costumava andar com lápis e papel no bolso para, através de bilhetes, resolver algumas questões de comunicação. De resto, preferia permanecer calado. Não gaguejava durante os discursos, sua voz era forte e suas palavras fluíam com incrível facilidade.

Levamos o orador para submeter-se a diversos exames especializados e chegamos à conclusão de que ele era portador de uma gagueira puramente emocional. Durante um ano de buscas não conseguimos qualquer pista que nos levasse aos familiares de Raul. A única informação, dada pelo próprio Raúl, era a de que ele havia sido internado aos 15 anos de idade, num reformatório para menores, na ilha de Cotijuba. Não conheceu sua família. Lembrava de uma creche onde havia pessoas que cuidavam dele quando era criança.

Fomos orientados por uma fonoaudióloga para ensinar o Raul a cantar. Assim ele não precisava forçar suas cordas vocais e aprenderia uma nova forma de expressão fônica mais suave e tranqüilizadora.
O maior desejo de Raul era o de ter um discurso gravado em fita cassete. Fizemos com ele uma negociação: aprenderia primeiro a cantar e, após gravar algumas músicas, poderíamos gravar seus discursos. Ele aceitou. Apresentamos o Raul para um paciente que tocava sanfona e, em seguida, para outro que batia bumbo. Formado o trio, iniciaram-se os ensaios que aconteciam três vezes por semana e eram coordenados por um enfermeiro que entendia de música. Após um longo e estafante trabalho o enfermeiro comunicou que o trio já estava em condições de gravar. Nesse período de treinamento o orador quase não fazia discursos, pois era aconselhado pelo enfermeiro para não cansar sua garganta.

O trio não era exatamente um grupo artístico de renome internacional, mas, quando se apresentava nos eventos festivos, atraía um razoável número fãs que, ao término de cada número musical, batia palmas e pedia "bis". Foram gravadas cinco músicas e três discursos na fita. Raul foi diversas vezes orientado para não gritar no microfone e evitar que a gravação saísse ruim.

Enquanto cantava ele não gaguejava e, mesmo fazendo os discursos em voz baixa e pausada, estava conseguindo se sair bem. A sua gagueira estava diminuindo a proporção em que sua fama de cantor aumentava. Seus colegas de trio estavam recebendo muitos bilhetes elogiosos, vindos da ala feminina, que o deixava bastante preocupado. Mas agora era orador e cantor, já não se interessava muito pela política. Disse que quando conseguisse juntar dinheiro iria comprar um gravador e várias fitas, e aí poderia gravar qualquer coisa que quisesse.

Há semanas que essa idéia não lhe saía da cabeça. Andava de um lado para outro cantarolando músicas sertanejas, talvez se preparando para algum projeto artístico no futuro. Certo dia o Raul fugiu do hospital e nunca mais foi visto. Soubemos de notícias suas quase um ano depois. Escreveu uma carta com endereço do hospital e dirigida para o enfermeiro que o havia iniciado na arte da música. Dizia que era vaqueiro e vivia numa fazenda no interior. Possuía um gravador e algumas fitas cassetes. Cantava e gravava nos fins-de-semana com o pessoal da fazenda. Nada informava sobre a sua gagueira.

O filósofo

Havia um paciente jovem na ala masculina. Tinha vinte e cinco anos, era branco e possuía uma barba bem cuidada e cabelos longos. Vestia-se modestamente e andava muito limpo, trazendo sempre alguns livros debaixo do braço. Jean-Jacques Rousseau, Bertrand Russell, Michel Foucault e Eric Fromm eram seus autores prediletos.

Era alto, pernas compridas, andar macio. Falava baixo, com palavras cuidadosamente articuladas e com um português precioso, de fazer inveja a qualquer mestre da língua pátria. Gostava de conversar com os residentes e estudantes que visitavam o hospital. Havia passado no vestibular de Filosofia, Ciências e Letras. Cursara até o primeiro semestre dessa faculdade.

Sua família era pobre e, por diferentes razões, resolveu abandonar o curso e correr mundo, como costumava dizer. Veio parar no hospital por que agredia seus familiares que o chamavam de "maluco". Na verdade era um neurótico comum como qualquer um dos médicos, funcionários ou residentes. Ia ficando no hospital porque não tinha para onde ir e sua família não o aceitava mais em casa.

Nunca se metia em brigas, pelo contrário, aconselhava outros pacientes, separava os lutadores e ajudava a enfermagem em diferentes serviços. Era um pacificador, um pensador. Vinha educadamente, após o almoço, perguntar se já tínhamos lido os jornais da manhã; levava-os para ler e os devolvia no final da tarde, dobrados e sem faltar uma folha sequer. Estava sempre bem informado.

Perguntamos se ele poderia transmitir as notícias que lia para outros pacientes que não tinham acesso às informações. Assentiu imediatamente e passou a fazê-lo. Era comum ver-se o filósofo rodeado de pacientes, explicando com calma e interpretando o conteúdo das notícias. Era o orador e porta-voz dos pacientes nas solenidades do hospital, ajudava os funcionários da terapia ocupacional e produzia textos, poesias e discursos que eram lidos em voz alta por outro paciente que treinava para se tornar um grande orador e político.

O filósofo tinha uma visão particular e realista da vida hospitalar, percebia as mudanças que estavam em andamento no hospital e nos elogiava e estimulava nesse sentido. Tomava conta da velha biblioteca do hospital e, vez por outra, ganhava livros novos que eram comprados através da "caixinha" do serviço social. Estava a par dos novos lançamentos literários e, através de empréstimos de colegas, conseguia lê-los.

Com o passar do tempo fomos descobrindo outras habilidades dessa figura humana impressionante. Na realidade conhecia o hospital melhor do que muitos médicos e funcionários. Era um terapeuta inato, paciente, compreensivo, inteligente e disponível para ajudar a quem precisasse. Nunca aceitou remédios do hospital por que tinha a segura convicção de que "as substâncias químicas só tem efeito sobre o corpo e não atuam nas emoções". Era o que falava sempre que lhe ofereciam remédios.

Convidamos o Péricles - esse era o seu nome - para participar dos nossos grupos de acompanhamento intensivo de pacientes. Ele ficou muito emocionado e aceitou prontamente o convite. No dia seguinte produziu um texto belíssimo falando sobre a natureza humana, o trabalho com doentes mentais e a futura extinção dos hospícios. Ficamos tão impressionados com o texto que resolvemos deixá-lo em exposição permanente, pendurado na parede do nosso quarto. Foi transcrito com letras bem elaboradas em papel-linho e ganhou moldura com vidro e tudo. Estudantes e visitas que iam ao nosso quarto não acreditavam que aquela produção tivesse saído da cabeça de um paciente.

O Péricles assistia a todas as reuniões e sempre era uma peça de grande valor no trabalho de ajuda a outros pacientes. Era nosso informante, que levava e trazia discretamente notícias e fatos que ocorriam nas alas masculina e feminina. Pelo fato de viver entre eles era natural que os conhecesse melhor do que nós, num certo sentido da convivência em grupo. Suas sugestões eram sensatas por que se baseavam na observação direta e próxima de quem sabia interpretar com clareza as situações. Era um co-terapeuta atuante e responsável.

Descobrimos que Péricles tinha uma namorada na ala feminina. Ela possuía belos olhos verdes, temperamento calmo e contemplativo como o dele. Queria ser cantora quando saísse do hospital. Para ela o nosso colaborador compunha letras de música, poesias, textos românticos e filosóficos. Conversavam sobre essas produções quando se encontravam. Recebia dela relatórios escritos sobre fatos importantes que ocorriam na ala feminina, através do "correio sentimental". Através desses relatórios detalhados Péricles se mantinha informado do funcionamento interno da ala feminina, das pacientes que melhoravam e pioravam e de outras notícias mais. Por essa razão podia trazer informações tão precisas sem necessitar quebrar o regulamento do hospital, que proibia a entrada de pacientes do sexo masculino na ala feminina. Era um diplomata e um romântico espião com ares de filósofo.

Um dia pediu uma sugestão. Havia lido nos jornais, na página de classificados, uma oferta de emprego para vender livros. Sabia que um dia teria que sair do hospital e resolver sua vida lá fora. Demos a maior força para o Péricles. Emprestamos roupas, sapatos e dinheiro. Naquela manhã bem cedo ele apareceu de cabelos cortados, barba feita e dentro de um bonito terno, emprestado por um residente do quarto. Ajeitamos o nó da sua gravata e, numa olhada geral, vimos diante de nós um perfeito e elegante vendedor de livros. Colocou sua autorização de saída no bolso e foi para o ponto do ônibus, que ficava em frente ao portão do hospital.

Chegou no fim da tarde pulando de alegria e abraçando todos os que encontrasse pela frente. Entrou no nosso quarto com um catálogo grosso debaixo do braço. Falava, entre sorrisos, que tinha sido admitido como vendedor e assinara um contrato de trinta dias para se submeter a um teste de vendas. Teria que cumprir uma cota mínima de vendas para poder ser admitido como vendedor permanente da empresa. Não era uma tarefa difícil, havia muitos livros interessantes e de fácil comercialização, pelo que podíamos observar no catálogo.

Montamos um "posto de vendas" na portaria do hospital e dentro do nosso quarto. Transformamos o Péricles em paciente externo, isto é, tinha autorização durante um mês para entrar e sair livremente do hospital; só precisava voltar para dormir. Ajudamos comprando e vendendo livros para o nosso filósofo, mas esse esforço não teve muito valor, pois, na rua, o novo vendedor conseguiu cobrir a cota mínima em apenas treze dias. Estava muito alegre e trabalhava como um louco. Teria de apresentar uma carta de referência para a empresa no final do mês, documento necessário para poder ser admitido como funcionário do quadro de pessoal. Estava preocupado.

Conseguimos com o diretor e com mais dois médicos do hospital uma solução para o problema. Referências elogiosas sobre a conduta do "auxiliar de enfermagem" Péricles, que havia trabalhado em suas clínicas particulares durante vários anos e sobre sua conduta ilibada e desempenho, dedicado ao trabalho, etc., etc. O nosso colaborador estava empregado e nós perdemos um valioso informante e conselheiro dentro do hospital.

No final do mês fez questão que recebêssemos o dinheiro que lhe foi emprestado. Abriu crédito numa loja onde comprou roupas e sapatos para ele e para a namorada. Trouxe de presente vários pares de meias e os distribuiu entre os que o ajudaram a conseguir o emprego. Estava feliz. Ficou durante oito meses trabalhando fora e dormindo no hospital. Levava seu almoço numa marmita e só voltava para jantar e dormir.

Numa tarde de sábado entrou no quarto triste e cabisbaixo, estava passando por uma grande decepção. Havia voltado da rua trazendo uma caixa de bombons de chocolate embrulhada em papel de presente. No domingo daria os bombons à namorada, pois nesse dia ela faria aniversário. Voltou com o presente nas mãos e foi ao quarto desabafar conosco. Ela havia arranjado outro namorado e não quis receber o presente. Comemos os bombons junto com Péricles enquanto filosofávamos a respeito das surpresas que o amor nos oferece a cada instante. Ele, de certa forma, compreendia que a havia trocado pelo trabalho e não podia se queixar muito. Tentaria esquecê-la e procuraria encontrar outra namorada.

Certa vez anunciou que tinha restabelecido as relações com sua família. Tinha conta bancária, talão de cheques e, além do salário, ganhava boas comissões vendendo livros e revistas para hospitais, clínicas e escolas. Pediu que providenciássemos sua alta para antes do Natal. Iria passá-lo junto com a família e com sua nova namorada, uma colega de trabalho.

No dia em que Péricles saiu, o hospital ficou menos culto e com um colaborador a menos. Voltava de vez em quando para nos visitar e trazer novidades que saiam quentinhas do prelo da "sua" Editora.

A promessa

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Nas tardes de sábado os estudantes residentes gostavam de reunir-se no quarto coletivo para conversar. As camas, dispostas uma do lado da outra, ficavam cheias de jovens de bermudas e sem camisas.

Rapazes e moças da faculdade, que pretendiam ingressar no hospital ou por simples curiosidade, ficavam conversando a tarde inteira conosco no quarto. Sentados ou deitados nas camas contava-se piadas, falava-se de vários assuntos ou cantávamos acompanhados pelo violão e berimbau. De noite poderiam surgir vários programas. Comentários sobre festas, filmes, peças de teatro ou sobre simples farras, circulavam por todo lado. Era a juventude aproveitando as folgas da faculdade.

A grande e antiga porta de madeira do quarto foi aberta de forma barulhenta e súbita. Todos pararam e olharam. Em seguida ouviu-se um coro de palmas, vaias e assobios. Sorrindo e se rebolando, a figura do Roberto vinha se aproximando do grupo de jovens. Era o residente plantonista do dia. Calçava sapatos brancos, jaleco branco e calças "jeans". Era baixinho e engraçado, um ótimo colega. Havia acabado de internar mais um paciente.

Já de noite, quando quase todos tinham ido embora, ele falou que àquele parecia ser um caso bem interessante. Veio com seu pai e um irmão que narraram sua estória. O paciente era magro e alto, olhos bem abertos, que pulavam de uma para outra pessoa. Quase não mexia com a cabeça. Quando alguém falava, ele apenas virava os olhos na direção da pessoa e ficava prestando atenção. Havia dois meses que não articulava uma só palavra e nem emitia um som qualquer. Tinha parado de estudar e gostava de ficar só no seu quarto. Tinha vinte e dois anos e, uma semana após ter brigado com a namorada, parou de falar com todo mundo. Quando alguém lhe fazia uma pergunta arregalava os olhos e passava a língua nos lábios; repetia sempre esse gesto e era só o que fazia.

No hospital, após algum tempo, resolveu comunicar-se através de gestos, sinais e mímica. Não aceitava escrever ou desenhar. Não gostava de participar de grupos, mas arrumava sozinho sua cama e era muito limpo e organizado. Ainda não conseguia virar a cabeça; quando alguém fazia barulho às suas costas, girava o corpo inteiro para poder olhar. Parecia um robô quando andava.

Seu nome era Pedro. Obedecia a todas as normas do hospital e gostava de marchar. Havia cumprido bem o serviço militar e seu corte de cabelo permanecia o mesmo dos tempos de quartel. Alguns pacientes descobriram o gosto de Pedro pela marcha e pelas ordens militares. Conseguiram um velho cabo de vassoura e fizeram de uma folha de jornal um capacete para ele. Pedro agora já possuía um fuzil e um belo capacete. Certa noite de plantão o Roberto ouviu uma algazarra vinda de uma enfermaria próxima. Eram duas horas da manhã e ele vinha andando pelo corredor vazio, após ter atendido um paciente velhinho que sofria de bronquite alérgica.

Devagar, caminhou para a enfermaria e ficou observando. A cena era engraçadíssima. Vários pacientes formavam um corredor humano, batiam com pedaços de pau nas camas de ferro ou em pequenas latas. Um paciente, com um canudo de papelão na boca imitava uma corneta. Todos desentoavam o hino nacional. Pedro, com seu capacete de papel e com o cabo de vassoura ao ombro, marchava no meio e ia de uma extremidade a outra da enfermaria. Seu rosto era duro e sério como o de um verdadeiro militar e o fundo do seu pijama era frouxo e pendia como um saco velho. O pano branco e transparente do pijama deixava entrever, contra a luz, os seus órgãos genitais que balançavam de um lado para o outro enquanto marchava. Todos estavam concentrados e cônscios dos seus deveres naquela magnífica parada militar.

O homem da corneta tocava fora do ritmo, mas ninguém se importava com isso. A bateria estava mais entrosada, mas uma meia dúzia de pacientes semi-sedados se encarregava do contra-ritmo. Estavam tão envolvidos no desfile que não perceberam a cabeça do Roberto esgueirando-se pela porta para assistir aquele triunfante espetáculo marcial.

A barriga doía e os olhos lacrimejavam de tanto rir. O Roberto assustou-se quando pressentiu que alguém se aproximava por trás dele. Era o enfermeiro do plantão noturno que também tinha ouvido a barulheira. Colocou o dedo nos lábios, em sinal de silêncio, para que ele não perturbasse o espetáculo. Ficaram ali assistindo e rindo por vários minutos.

De vez em quando o líder do grupo pedia silêncio e dava ordens para o Pedro: "Meia-volta, volver!". "Descansar!". "Apresentar armas!". Todas essas ordens eram obedecidas e quando o Pedro passava perto do líder, batia continência. Mas não falava uma só palavra.

Após alguns minutos, residente e enfermeiro resolveram interromper a parada militar, pois já estava incomodando as outras enfermarias. Apareceram de corpo inteiro na porta e os pacientes notaram a presença. A bateria parou, o corneteiro escondeu o seu canudo debaixo da cama e o Pedro tirou o capacete, guardou o cabo de vassoura e se enfiou embaixo do lençol. Todos deitaram. Só os pacientes semi-sedados continuaram batendo nas latas. Retiraram as latas e as baquetas das suas mãos e pediram que fossem dormir porque já era muito tarde. O residente foi para o quarto com os olhos cheios de lágrimas e a barriga doendo de tanto rir. Custou a dormir nessa madrugada. Na cama ao lado roncava o outro residente que acordou assustado com as gargalhadas do Roberto; perguntou o que estava acontecendo e se ele estava passando bem. Quase não conseguia falar e contar o que acabara de assistir na enfermaria. O outro estava com muito sono e deu apenas um leve sorriso.

O tempo passava e Pedro não falava, só recebia ordens e marchava. Certo dia o Roberto entrou pela porta do quarto ofegante e excitado. Mal conseguia falar. Todos perguntaram o que estava acontecendo. Entre uma e outra respiração forte, disse: "o Pedro falou!". Todo mundo ficou imóvel e alguém perguntou: "como foi...?".

Havia muitos meses que o residente não mais chamava o Pedro para entrevistá-lo no consultório. Era uma pura perda de tempo. Preferia vê-lo na enfermaria, perto de sua cama. Comunicava-se com ele através de sinais e de pequenos bilhetes escritos.

Naquele dia, ao entrar na enfermaria, todos os pacientes ficaram em silêncio e só o Pedro falou: "bom-dia, doutor!". Esse sonoro "bom-dia" deixou o residente boquiaberto e provocou uma salva de palmas entre os pacientes. Em seguida o Pedro fez um breve discurso e foi novamente aplaudido pelos pacientes e também pelo residente. Não parava de falar com todo mundo, num ritmo tão rápido que mais parecia um locutor esportivo. Estava descontando o tempo em que permanecera calado.

O Roberto o conduziu para o consultório e lá passou a ouvir as razões desse milagre. Disse-lhe o Pedro que um dia estava em sua casa, trancado no quarto, quando uma voz que vinha de dentro de sua cabeça deu-lhe uma ordem. Era uma ordem que o proibia de falar durante um ano inteiro. Se conseguisse cumprir teria de volta a namorada e poderia casar-se com ela. Anotou num pedaço de papel o dia e a hora em que a voz imperativa o proibira de falar e decidiu fazer a promessa. Ficaria um ano sem falar para poder reconquistar a namorada.

Dito efeito. O Pedro mostrou para o residente o papel onde anotara a data e a hora da promessa. Estava tudo certo, não passou nem um minuto sequer do tempo combinado. Fazia um ano certo que ele parara de falar e agora reconquistara a voz. O acordo estava cumprido e o papel era o documento original desse acordo.

Pedro queria sair do hospital naquele dia para encontrar-se com a namorada e mostrar a ela aquele comprovante do acordo cumprido. Ele era um rapaz ingênuo e tímido. Nunca havia experimentado uma relação sexual com mulher. Só sabia masturbar-se e contar piadas eróticas no tempo em que falava. Na verdade não tinha namorada. Havia se apaixonado pela vizinha e não conseguia aproximar-se dela para falar do seu amor e do seu desejo. Sua namorada era fruto da sua imaginação e a "voz" que lhe dera a ordem era uma alucinação da sua própria mente, uma defesa que ele poupava o sacrifício e a dificuldade que tinha em fazer contato com as mulheres.

Introduzimos Pedro em um grupo de ajuda e o fomos auxiliando a conhecer o mundo feminino. Descobrimos que sua família era evangélica e observava valores ultramoralistas. Sua mãe era uma mulher fortemente castradora, parecia mais um sargento-de-saias. Pedro crescera recebendo ordens e ameaças divinas, acreditando no fogo do inferno e no juízo final.

Fomos ensinando a ele como escrever cartas românticas, fazer poesias e aproximar-se com segurança das mulheres. Participavam do nosso grupo duas assistentes sociais e algumas estudantes de medicina, todas muito bonitas. Sentiam medo que Pedro se apaixonasse por elas e sofresse novas decepções. Nós, os homens do grupo, estimulávamos para que ele falasse dos seus sentimentos e desejos. Não era proibido falar de coisas tão bonitas, tão naturais. Ele não precisava ter pressa, só precisava treinar. Acabaria encontrando uma verdadeira namorada que gostasse dele.

Após algum tempo observamos que havia parado de marchar, não empunhava mais o "fuzil" e nem colocava o "capacete" na cabeça. Os outros pacientes insistiam, mas ele parecia mais interessado na arte de escrever cartas e paquerar.

Havia no hospital três grupos que faziam o trabalho de acompanhamento intensivo de pacientes. Mas, entre nós, as informações da evolução de cada caso eram trocadas com muita facilidade. Todos ficavam sabendo como se desenvolvia cada plano de trabalho e das suas dificuldades e êxitos. Escolhíamos os pacientes mais carentes e, de preferência, os do grupo da "abandonoterapia". Sabíamos que não era possível atingir toda a população hospitalar para acompanhamento intensivo. O hospital era pobre e não possuía recursos para aumentar o número de funcionários e residentes. Do grupo da "abandonoterapia" eram selecionados os pacientes mais regredidos e complicados. Precisávamos aprender a lidar com esses casos.

O grupo que ajudava Pedro atendia vários outros pacientes, mas, para cada caso, mudava de nome; o grupo de Pedro chamava-se "Amor e Desejo". Nesse plano de trabalho o objetivo era: “fazer com que a voz de Pedro, saindo da cabeça, descesse para o coração, ganhasse impulso para cima e saísse pela boca”. Queríamos que aprendesse a falar em alto e bom som sobre seus sentimentos, para que sua amada o ouvisse e pudesse compreendê-lo. Se não conseguíssemos isso, Pedro continuaria a ser um soldado raso, sem voz e sem vontade própria. Um recruta que só saberia marchar pelas enfermarias da vida com um capacete de papel na cabeça e um cabo de vassoura no ombro. Um ridículo soldadinho mudo que só sabia cumprir ordens e bater continência para os outros.

Certa tarde, numa reunião do grupo Amor e Desejo, Pedro, timidamente, fez uma comunicação. Estava gostando de uma jovem paciente da ala feminina. Ela tinha dezoito anos, morena, cabelos longos e negros, muito calada e tímida como ele. Já haviam conversado em duas oportunidades: a primeira vez foi dentro do hospital, no salão de festas, onde havia ocorrido uma tarde-dançante. Era uma festa que acontecia mensalmente para estimular a ressocialização entre pacientes da ala masculina e feminina. A segunda vez foi durante um passeio ao zoológico da cidade. O seu nome era Rita.

Éramos muito criticados pelos conservadores do hospital por causa dessas festas e passeios. Nos acusavam de estimular a libidinagem entre os pacientes. Enquanto os namoros aumentavam e os pares já podiam abraçar-se e beijar-se furtivamente, diminuíam os casos de homossexualismo masculino e feminino nas alas, ao mesmo tempo em que baixava a freqüência das agressões. Tínhamos que ter muito cuidado com esses encontros para evitar casos de gravidez dentro do hospital e a possível disseminação de doenças de transmissão sexual. Os grupos de homens e mulheres, não poderiam ter mais de trinta pessoas; um grupo maior seria impossível de ser controlado. Nas primeiras festas havíamos encontrado alguns casais escondidos no banheiro ou atrás de árvores, se preparando para terem relações sexuais. Estávamos pisando num terreno perigoso e muito polêmico dentro do hospital.

Convidamos Rita para participar do nosso grupo. O casal, muitas vezes de mãos dadas, expressava seus sonhos e fantasias de amor. No início se mostravam tímidos e desconfiados, mas, com o tempo, passaram a falar e a trocar olhares significativos. Estavam aprendendo que amor e desejo também fazem parte da vida, são bons e só necessitam de uma dose de bom senso para evitar o surgimento de gravidez irresponsável. Quando amor e desejo ficam muito reprimidos podem "adoecer" a cabeça das pessoas, transformando-as em “bonequinhas de pano” ou “soldadinhos de chumbo”. Ambos já podiam abraçar-se e beijar-se à vontade nas festas. Não precisavam ficar envergonhados, escondendo-se pelos cantos, para manifestarem o seu amor.

Pedro conseguira ter a primeira namorada, de verdade, dentro do hospital e ambos progrediam muito nas outras atividades individuais e de grupo. Trocavam correspondências pelo "Correio Sentimental", órgão de comunicação entre pacientes das alas masculina e feminina, coordenado pelas assistentes sociais.

Nos grupos de atividades artísticas de Práxiterapia (terapia ocupacional) o número de cartões cheios de corações com flechas, mensagens românticas, convites eróticos e frases poéticas, aumentou consideravelmente após o inicio das festas e passeios conjuntos.

Numa tarde de terça-feira, o grupo Amor e Desejo teve a mais infeliz das idéias. Convidou dois familiares de Pedro para participarem da reunião do grupo e comunicou o plano de trabalho que estava sendo desenvolvido para sua recuperação. Encerrada a reunião os dois parentes se dirigiram ao diretor do hospital e nos acusaram de perverter os princípios morais e religiosos de Pedro; de atentar contra a sua castidade e induzi-lo ao pecado. Éramos os demônios que queriam destruir a pureza de Pedro e o estávamos impedindo de trilhar pelo caminho da salvação de sua alma rumo ao Reino do Senhor.

No dia seguinte Pedro foi retirado do hospital pela família enfurecida. Retornou ao mesmo quartel familiar onde aprendera a ter alucinações, receber ordens de silêncio e obediência, marchar com cabos de vassoura e com capacetes de jornal. Só Rita permaneceu no nosso grupo e com o tempo arranjou outro namorado, para quem escrevia e mandava cartões toda semana.

Coitado do Pedro. Será que voltou a ser soldado raso? Ou se insurgiu contra os seus superiores e mandou todo mundo a vassouradas para as profundezas do inferno? Não tivemos mais notícias dele. A partir dessa fatídica terça-feira o nosso grupo, a exemplo de Pedro, também fez uma promessa: "jamais voltaríamos a convidar fanáticos religiosos para participar das nossas reuniões de acompanhamento intensivo de casos".

O homem-árvore

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Naquele tempo se iniciava uma intensa reorganização na estrutura de atendimento do hospital. Os pacientes andavam de um lado para o outro sem atividades, sem plano de trabalho individualizado ou grupal, vagueando a toa pelos corredores e dependências do hospital. Era um verdadeiro depósito de doentes mentais, um hospício.
Uma figura conhecida era vista quase sempre no mesmo lugar. Plantado no corredor de braços abertos, um homem de meia idade e barbudo permanecia imóvel. Seu cabelo era grande e desalinhado; seus olhos eram vermelhos e parados como todo o resto do corpo, fixos no infinito. Parecia um cristo redentor com traje de mendigo.

Nesse dia o residente resolveu aproximar-se dele e colocou-se a sua frente. Perguntou seu nome. Nem se mexeu. Tentou várias vezes fazer contato e não obteve qualquer resultado. Seu cheiro era azedo, uma mistura de fermentações variadas. O residente resolveu sair e ficar de longe observando. De vez em quando ele mexia o braço direito para assoar o nariz com a ponta da camisa rasgada e imunda. Eram poucas a vezes que saia da imobilidade para coçar a orelha ou a bunda.

O residente desistiu e foi ao arquivo procurar seu prontuário. Lá encontrou parte da sua estória. Considerava-se uma árvore, uma planta. Costumava enfeitar-se com folhas que ficavam cuidadosamente amarradas as suas roupas. Não podia se mexer muito porque – segundo acreditava – as flores e frutos que imaginava pendentes de seus galhos (braços) poderiam cair. Não gostava de andar ou correr porque as plantas não fazem isso – argumentava. Considerava-se um autentico vegetal.

Foi encaminhado ao hospital pela polícia porque ficava imóvel, de braços abertos, no meio da rua, atrapalhando o trânsito e arriscando sua vida. Várias vezes foi retirado das ruas e para lá tornava a ocupar a mesma posição.

Era necessário ter paciência para ficar observando durante longo tempo àquela figura curiosa do homem-árvore. Enquanto comia ou andava seus movimentos eram muito lentos e cuidadosos e só costumava se comunicar com o residente que o acompanhava.

Pedi ao residente que o internara para acompanhar junto com ele aquele caso curioso. Só conversava com aquele colega e só para ele desvendava os seus mistérios de planta. Não comia alimentos do seu reino vegetal e bebia muita água. Quando chovia, saía devagar e ficava de braços abertos aproveitando a chuva ou se postava debaixo de alguma bica para beneficiar-se com o jorro da água.

Certa vez cavou um buraco no quintal, enterrou seus pés, e com uma lata velha molhava, de tempo em tempo, as suas raízes (pés). Mudava com freqüência a sua identidade vegetal. De manhã poderia ser uma jaqueira, de tarde u'a mangueira e de noite um abacateiro. Gostava das árvores frutíferas. Nunca pretendera ser um capim ou um pé de couve, segundo as informações do residente.

Só deitava para dormir quando ninguém mais estivesse olhando. Dormia encolhido sobre um cobertor velho, em posição fetal. De manhã bem cedo voltava à posição original de planta. Dava muito trabalho para fazer refeições e pedia que os outros pacientes colocassem a comida bem devagar em sua boca.

Um dia o homem-planta sumiu. Foi encontrado morto no dia seguinte, no fundo do quintal, debaixo de uma goiabeira. Estava deitado sobre o seu lençol velho e bem escondido sob um capinzal fechado. Ficamos tristes com a morte daquela planta humana. Ele e seus mistérios vegetais foram enterrados juntos. Nós havíamos perdido mais uma chance de penetrar e compreender o misterioso mundo do comportamento humano. A causa da morte estava escrita num atestado de óbito: parada cardíaca. Sua família não foi encontrada e teve de ser enterrado como indigente.

O trambiqueiro

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O residente mais novo possuía uns primos na cidade. Eram primos afastados com os quais mantinha contatos esporádicos. Eram cinco moças e um rapaz com dezenove anos. Chamava-se Paulo. Desde criança era hiperativo, brigava muito e aprontava mil problemas dentro de casa. Seus pais moraram numa cidade grande do interior e haviam mudado há pouco tempo para a capital. Era uma família de classe média e a filha mais velha, Ana, havia completado o curso de advocacia há dois anos. Todos trabalhavam, só os três filhos menores não estavam empregados.

Numa tarde de sábado Ana chegou ao hospital aflita. Veio acompanhada pelo amante, um senhor mais velho, e pediu para conversar em particular. O residente, seu primo, os conduziu para uma sala de entrevistas e ela falou que seu irmão Paulo havia se metido numa grande enrascada. Estava foragido, sob ameaça de morte e sendo procurado pela polícia. A família estava tentando localizá-lo e ela pretendia interná-lo no hospital sob a alegação de que poderia estar sofrendo das faculdades mentais. Perguntou se poderia ser utilizado algum diagnóstico que o protegesse da ação da justiça. Ela não tinha muitas informações a respeito do caso porque só havia falado com ele durante poucos minutos através de um telefone público.

O residente informou que a internação poderia ser feita pelo prazo máximo de noventa dias, em caráter de observação, até que se chegasse a alguma conclusão sobre o seu caso. Seria tratado sem privilégios, como qualquer outro paciente e seguiria as normas do hospital. O residente, pelo fato de ter grau de parentesco com ele, o encaminharia para um colega que acompanharia seu caso supervisionado por um médico assistente. Ela não gostou muito das condições expostas e perguntou se teria de pagar pela internação. Foi informada que pagaria pela tabela hospitalar, pois apenas as pessoas comprovadamente carentes poderiam receber atendimento gratuito. Saiu um pouco desapontada, mas aceitou as condições.

Dois dias depois chegava o Paulo ao hospital. Rapaz de ótima aparência: alto, forte, simpático, de cor branca e conversa envolvente. Mais parecia um alto executivo de multinacional. Bem vestido, falava um português impecável, possuía uma postura educada e discreta. Seu carisma atingia a todos os que conversassem com ele.

O residente que deveria acompanhar seu caso ficou impressionado com sua facilidade de contato. Morava com seu pai no interior e pouco vinha a capital. Informou que o residente, que era seu primo distante, o vira pela ultima vez quando tinha apenas dez anos de idade. Sua irmã falara que ele roubava objetos de casa para vender, fazia empréstimos e não pagava. Vivia de falcatruas. Havia levado muitas surras dos pais para corrigir-se, mas ia piorando cada vez mais. Ultimamente vivia mais fora do que dentro de casa. Andava bem limpo e perfumado, suas roupas eram sempre caras e elegantes; não lhe faltava dinheiro no bolso. Estávamos diante de um caso típico de personalidade psicopática.

Não demorou muito para que o Paulo tentasse se aproximar do residente que era seu primo e dos outros residentes, para lembrar laços de parentesco e fazer amizade. O residente que era seu primo o tratava com cordialidade, mas evitava intimidades. Ele era oito anos mais novo do que o residente e certo dia começou a chamá-lo de “tio”. Foi advertido que o tratasse pelo nome e usasse de bom senso com as pessoas do hospital. Passou a visitar assiduamente os residentes.

Num domingo de tarde Paulo contou suas peripécias diante de todos os que estavam conversando no quarto. Entre os risos da platéia ele se comportava como um ator, contando os casos e aventuras pelas quais havia passado. Havia falsificado alguns cheques e sacado muito dinheiro de um banco. Comprou jornal e leu uma notícia que anunciava a inauguração de uma usina termoelétrica. Essa usina seria inaugurada dentro de uma semana em uma pequena cidade do interior. Fretou um táxi aéreo e se dirigiu para aquela cidade alguns dias antes da data marcada para a inauguração. Estava muito elegante com terno, sapato novo e uma gravata de seda fina. Havia combinado com o piloto que faria vários vôos e pagaria o total quando retornasse a cidade de origem. Chamava-se Dr. Paulo, engenheiro eletrônico. Dias antes telefonara para o prefeito anunciando que havia antecipado a inauguração por mudanças e alterações na sua agenda. Chegaria no dia seguinte, pela manhã.

O avião desceu às oito horas na pequena pista de pouso. O Dr. Paulo falou para o piloto que retornasse após dois dias para apanha-lo, pois ele teria outras viagens a fazer. O piloto assentiu com um sorriso nos lábios antevendo os lucros que teria com o novo e polido cliente.

Foi recebido pelo prefeito, pelos vereadores e por uma comitiva composta de pessoas importantes da cidade. Havia até uma pequena banda de música presente na recepção. Entre abraços e cumprimentos foi conduzido e instalado na casa do prefeito. Esforçou-se para não aceitar, mas foi gentilmente convencido a não ir para um hotel e nem fazer refeições em restaurantes. Educadamente desculpou-se por ter antecipado a inauguração e pelo fato de ter sido obrigado a substituir o outro engenheiro que havia ficado doente, cujo nome constava no jornal.

Nesses dois dias inaugurou a obra junto com as autoridades, passeou pela cidade, compareceu a almoços e jantares oferecidos e ainda ensaiou um breve namoro com a filha do prefeito. Era um belo partido para qualquer moça que estivesse interessada por um jovem engenheiro solteiro e competente.

Numa conversa com o prefeito, o Dr. Paulo, um pouco embaraçado, anunciou que havia esquecido o seu talão de cheques e que estava com pouco dinheiro no bolso. O prefeito sorriu e, com palmadinhas no ombro, perguntou: “... o Dr. precisa de quanto?”. O Dr. Paulo agradeceu a oferta, mas insinuou que ainda teria de fazer outras viagens e, para isso precisaria de uma quantia maior. O prefeito insistiu e lhe fez a proposta: “... Doutor fique tranqüilo, o senhor vai aceitar a minha oferta e quando concluir as viagens pode depositar o dinheiro na minha conta. Qual é o problema?” Chamou um de seus assessores e determinou que fosse ao banco sacar uma razoável quantia para acalmar o preocupado engenheiro. Ele havia percebido o interesse da filha pelo ilustre visitante e os havia deixado conversando, em algumas oportunidades, talvez imaginando em ter futuras alegrias. Quem sabe se aquele simpático jovem poderia vir a ser um dia mais um membro da família? A sua filha mais nova era a única das filhas que ainda estava solteira.

No terceiro dia o avião do Dr. Paulo desceu na pista e os abraços e apertos de mão se repetiram. Todos batiam palmas e sorriam enquanto o Dr. Paulo acenava do avião. O prefeito estava emocionado e sua filha não pôde conter as lagrimas. Aquele Dr. Paulo era mesmo um homem muito atraente, um pedaço de mau caminho.

Minutos após a decolagem pousava na mesma pista outro avião. Dele desembarcou o engenheiro que na data e hora certas, segundo o publicado no jornal, estava chegando para inaugurar a usina termoelétrica. Chamava-se Dr. Mauricio e vinha acompanhado de mais dois auxiliares para cumprir sua missão. Em outro local descia do avião o Dr. Paulo, satisfeito e com dinheiro no bolso. Pagou o piloto com um “cheque frio” e combinou novas viagens para a próxima semana. No mesmo dia tomou um barco para outra cidade e comprou outro jornal.

Ria-se muito dos casos do Paulo e ele se sentia à vontade no quarto dos residentes. O residente que acompanhava seu caso fora avisado, em diferentes ocasiões, sobre os riscos da excessiva intimidade do Paulo com os residentes e com outros funcionários do hospital. Com apenas um mês de permanência ele já havia obtido privilégios e a confiança do residente responsável por ele. Trabalhou na secretaria onde executou um excelente trabalho de organização e limpeza. Organizou o almoxarifado e deu nova vida a sala da direção. Era rápido e inteligente, respeitado pela maioria dos pacientes e simpático com todos. Obteve cópias de quase todas as chaves de locais importantes do hospital. Já havia feito amizade com o diretor tornando-se seu colaborador e seu “moleque de recados”. No segundo mês já tinha o hospital nas mãos.

Sua irmã Ana telefonava para o residente responsável solicitando informações sobre seu comportamento. Estava satisfeita com os progressos obtidos e pelo fato do Paulo ter ficado dois meses com uma conduta irrepreensível. Mas ficou desconfiada e ligou para seu parente residente para confirmar as informações. Ele informou que sua saída se daria em menos de um mês e que não acreditava na sua recuperação. Tinha a impressão que o Paulo estava preparando o terreno para fugir; já havia comunicado essa idéia ao residente responsável, mas não queria interferir no encaminhamento do caso.

Só faltava uma semana para expirar o prazo da sua permanência quando, num sábado bem cedo, o Paulo sumiu. Sumiram junto com ele: uma razoável quantia em dinheiro da secretaria, máquinas de calcular e de datilografia, vários objetos do diretor e alguns remédios do almoxarifado. Pequenos empréstimos feitos a pacientes e funcionários e alguns cheques de residentes foram junto com ele. Para o residente parente deixou um bilhete: “Prezado tio, até a próxima vez”. Para o residente responsável outro: “Peço desculpas ao amigo, mas minha vida é lá fora”. E assinava embaixo dos bilhetes com uma verdadeira letra de doutor; abaixo dela o carimbo do hospital.